diumenge, 24 de juliol del 2011

FERIDA NEGRA


DIABÉTICA DEL ALMA...


Emocionalmente diabética… así soy yo.

Dicen que el tiempo lo cura todo, que las heridas acaban cicatrizando… No todas.

Mi abuela murió a los 75, víctima de la gangrena. La diabetes no le permitió que aquella herida curara nunca. Empezó con una llaga en un dedo del pie…

Mi tía con las curas cada día. No había manera.

Hubo que cortar.

Primero un dedo, luego más… y la herida nunca se secaba.

Al final cortaron la pierna a la altura del muslo… y así se fue.

La diabetes es hereditaria, en su mayoría en segundas generaciones. Esto me lo he llevado yo, pero me pasó al alma, directamente.

Así estoy… con el ánimo rebanado. Con esta herida tierna y sin yodo que la calme. Mi corazón es un muñón de pena que sangra con cada latido. Y yo noto que me apago…

Diabética del alma…

El dolor es mi azúcar, mi veneno…

Hay que cortar.

Hay que eliminar el trozo podrido. Nadie quiere la fruta cuando está pocha, pero ¿cómo se enmienda semejante tajo?

Hay que cortar.

Hay que sanear, salvar lo que está intacto.

Hay que correr el riesgo

Pero es como en las películas. No hay anestesia y el trago de aguardiente sabe a poco. El bisturí se abre camino entre el entramado de emociones, sentimientos, anhelos, rabias, rencores, reproches y celos.

Hay que cortar

El pulso baja y el amor cede. Quizás no logre sobrevivir.

Diabética del alma…

Quien sabe.

dissabte, 16 de juliol del 2011

Déu i el verd...


El día más feliz de mi vida
8 de Junio de 1980
"Mi primera Comunión"

Me tocó hacerla con mi hermana mayor. Nos llevábamos poco tiempo y como en casa éramos de clase social "trabajadores" había que aprovechar y hacerlo todo en un sólo día. Eso me supuso comulgar con siete años, cosa poco normal, pero para mí el único inconveniente era que aún no me habían crecido los dientes de delante.

-Esta niña es inteligente, se aprenderá pronto el Catecismo.
¡El Catecismo! Aún recuerdo las clases de seis a siete dos días a la semana. La visita de Mosén Jaume el último día para dar el visto bueno. Mariluz con los nervios confundió la palabra de Dios:
- El "puerco de Cristo"
- ¡AMÉN! - Contestamos todos.

En casa hacía tiempo que se preparaba el Gran Día. Los regalos empezaron a llegar a poco de la fecha señalada. Las muñecas Nancy vestiditas de comunión, los joyeros, los cubiertos grabados en su precioso estuche... Trenta años después siguen grabados en su precioso estuche.

Teníamos la norma en casa de que lo de color verde o azul era para mí y si era de color rojo o rosa era para mi hermana. Me tocó el joyero amarillo, cosas de prioridades, pero era bonito, también...

Una tía cercana nos regaló unos camisones. Yo solía dormir con pijama, no me gustaban los camisones, pero estos eran "guays" porque eran de fibra sintética. De noche los frotábamos contra las rodillas y echaban chispas de colores. Demasiado debimos frotar, pues los camisones no llegaron a ser lo que se define como eternos, pero fue bonito mientras duró.

El cura nos prohibió ostentaciones. Nada de joyas. No debíamos llevar anillos, ni pulseras, ni pendientes, ni collares... Así que tuvimos que pedir "por favor" a todos los invitados que no nos trajeran oro ni diamantes, que a Dios no le gustaban las cosas que brillan. Y los relojes, de mil nueve noventa y cinco hubo que guardarlos en el bolso mientras duró la misa.

Los vestidos se compraron fuera. Era más barato y en casa no daba para mucho. Con tanto accesorio... vestido, combinación, la muda buena, los calcetines, el detalle del pelo... la limosnera... Le pregunté a mi madre para qué era la limosnera. Por lo visto era una especie de bolsita de la merienda para recoger las propinas durante el día.
- Y por qué no lo llaman propinera?
Muy amablemente mi madre le dijo a la dependienta que no nos íbamos a llevar las limosneras.

El vestido era sencillo, sin volantes, ni muchos adornos. Ideal para poder cortar después del evento y aprovecharlo para la boda del primo Ángel.
Yo no era niña de vestidos y le pedí a mi madre si me podría poner debajo el pantalón corto de gimnasia para poder hacer la vertical. Pero ella no me dejó, pues no debía ser muy normal andar haciendo piruetas el día que tienes cita con Dios. Ya entendería más tarde con quien puedes ponete patas arriba en una cita, claro que para estas ya no iba a necesitar ponerme los shorts bajo el vestido...

Me lo probaba por casa y daba vueltas para que se levantara el vuelo de la falda, hasta que me mareaba, perdía el equilibrio y caía. En una ocasión mi hermano con sólo cuatro años me había preguntado cual era la diferencia entre un niño y una niña. A mí nadie me lo había enseñado, pero lo sabía perfectamente, así que me levanté la falta y le dije: - ¿ves esto? y me puse a girar hasta que se levantó el vuelo de la falda. - pues tu por ser un niño no vas a poder hacerlo nunca. Él se quedó extrañado, pero sé que en el fondo me entendió porque desde entonces, las únicas vueltas que le he visto dar fueron dos, de campana, el día que estampó el coche.

Lo del pelo fue un drama. Nos quisieron hacer tirabuzones, pero conmigo todo esfuerzo fue en vano. Me pasé una vida dentro del secador, quemándome por detrás de las orejas. La noche sin pegar ojo, rígida, con una redecilla en la cabeza. Todo para despertar con la melena otra vez en su estado original. Mi hermana, en cambio, con sus bucles sobre los hombros, tan bien puestos, tan guapa... parecía un ángel, y yo... no.

Para las fotos tuvieron que maquillarme porque llevaba un arañazo en la cara. Lo que no pudieron corregirme ya fue el flequillo torcido, los dientes a medio asomar y la cara de bicho malo. Pero tenían trucos para que quedara más bonito y pusieron de fondo una serie de sombras chinas en forma de copa de huevo duro con el huevo flotando encima. Lo que no encontré nunca era dónde habían puesto la parte del otro huevo que según mi padre era lo que nos iba a costar la broma.

El fotógrafo nos hacía preguntas para que saliéramos más naturales. Pero estando recién confesada debía ser prudente, no fuera que por hablar volviera a meter la pata, así que me pasé la sesión diciendo sí o no con la cabeza. Aquél chico preguntón tardaba en hacer el comentario:
- la mayor es más charlatana
A lo que mi madre no dudó en responder
- bueno, la otra las mata callando.
Mi madre debía saber que maté una mosca "así" de grande con una escopeta de feria, cosa que olvidé relatar a Mosén Jaume en el confesionario. Es que matar era pecado, nos habían dicho, pero bueno, la pobre mosca tampoco iba a levantarse para contar quien había sido.

Lo de confesarse era un rollo. Nunca le había dicho a nadie las cosas malas que hacía. ¿Por qué tenía que decírselas ahora a aquel hombre con sotana que se escondía en aquella garita? Para suerte nuestra disponíamos de una lista con los pecados oficiales para un niño de nuestra edad:
- He contestado mal en casa
- He quitado alguna goma de borrar en clase
- He dicho palabrotas
- ....
- Reza un padre nuestro y tres Ave María

El castigo siempre era el mismo. Yo me preguntaba cual debía ser la penitencia para mi padre si confesaba que había llegado borracho a casa, había discutido con mi madre y se había gastado lo de la semana en quinielas y loterías. Pero juraría que en el Bar no tenían ninguna lista oficial con estos pecados y ni que fuera así, mi padre tampoco iba a ir a la iglesia a contárselo a nadie.

Tampoco conté yo que le había abierto la cabeza a mi hermana con un cajón viejo. Pero como mi padre la curó enseguida, no pensé que fuera una falta tan grave. Además con el recogido que le hizo la peluquera no se le veía la brecha y aunque nos habían enseñado que Dios lo ve todo, no creo que fuera a reparar en ello.

El día amaneció nublado. Era una lástima porque tuvimos que ponernos unas cazadoras de diario que mi madre insistía en decir que quedaban bien porque eran de color claro.

La misa fue eterna. Como no llevábamos reloj no sabíamos cuando iba a acabar ni sabíamos el rato que llevábamos desde que había empezado. Hasta que llegó el momento de recibir el "cuerpo de Cristo"...

Yo pensaba que el encuentro con Dios sería especial, pero me quedé igual que cuando besé en la boca a Miguel Bosé en el póster de la habitación . No sentí nada.
Creo que debí haber besado a Leff Garret, que en el fondo era el que me gustaba.

Dios quería que "tomáramos y bebiéramos porque ése era su cuerpo y ésa era su sangre", pero qué curioso que la sangre no nos la dejaban probar nunca. Claro que tampoco sabíamos si coincidíamos con el RH de Cristo.

Después de la misa tocaba ir a comer, principal motivo por el que la gente asiste a estas celebraciones. Si no, ¿qué sentido tiene traer un regalo? ¿Qué relación tiene Cristo con una caja de Rotrings?

En el fondo estábamos contentos porque pudo venir la abuela. Si hubiéramos esperado a que me crecieran lo dientes, ella ya se habría ido, así que el día que nos dejó yo me quedé tranquila porque al menos estuvo presente el día más feliz de mi vida.

Claro que también podía haber esperado y hubiera llegado a tiempo para la boda de mi prima Toñi, pero de hecho nadie le aseguró que para mi prima fuera también aquél el "día más feliz de su vida".

Los detalles del banquete me los salto, pues no tienen más importancia que veinticinco personas comiendo lo que mi padre tuvo que trabajar durante muchas horas para poder pagar.

Por la noche, ya en casa, vinieron unos amigos de la familia a vernos y estuvimos jugando con Javi y Montse, que eran poco más o menos de nuestras edades. Javi un poco más, Montse un poco menos.

Mi madre nos dió la cena y el plátano me lo comí mientras hacía volteretas encima de la cama. Ambas cosas no deben ser compatibles (no al menos con sólo siete años) porque me tragué un diente.

Abrí la boca más de lo que pude, pero ya se había colado para adentro. Mi madre me dijo que no me preocupara, que el Ratoncito Pérez era muy listo y lo sabía todo.

Yo también era muy lista y sabía que era ella la que me iba a poner bajo la almohada los regalos que salían en las tapas de los yogures. Como éramos de clase social "trabajadores" no podían estar comprando juguetes todos los días.

Al día siguiente repartí en el colegio los recordatorios que me habían sobrado, le dije a la señorita muy orgullosa que había hecho la Primera Comunión y todos me felicitaron.

Me cortaron el pelo y el vestido. Tuve que esperar diez años a estrenar los Rotrings y el juego de compases. Y ni siquiera los cubiertos están aún estrenados. Se me rompió el joyero, perdí un pendiente y en las fotos todos decían que la grande era más guapa, pero a pesar de todo, yo estaba contenta porque había sido "El día más feliz de mi vida".